Arca de Babel: talento en ebullición

Rueda de prensa para presentar monedas babeles

Dácil Jiménez

Santa Cruz de Tenerife —

¡Están locos! - Fue lo que todos dijeron a Irene Fernández, Víctor Hernández, Yael Hernández y Antonio Collado cuando estos explicaron a sus familiares la idea que acababan de tener. Corría el año 2013 y Canarias, como el resto de España, atravesaba los momentos más oscuros y difíciles de la crisis económica. En ese contexto de austericidio, ¿cómo iban ellos a invertir todos sus ahorros en una idea que no iba a dar beneficios, que no iba a hacerlos ricos? La ocurrencia, alocada a simple vista, estaba, sin embargo, muy bien pensada y medida, dejando muy poco al azar. Así nació El Arca de Babel, un espacio de encuentro donde talentos deseosos de crecer y desarrollarse encuentran todo el apoyo que necesitan. Pero, para entender bien qué es El Arca de Babel hay que imaginar qué fue lo que soñaron hace ya más de dos años Irene, Víctor, Yael y Antonio y qué fue lo que los movió a poner en marcha esa idea.

Explicar qué es El Arca de Babel no es tarea fácil. Podría decirse que es un espacio en Santa Cruz de Tenerife en el que se desarrollan muchas y muy diferentes actividades para todos los públicos. Sin embargo, con una definición así solo estaríamos describiendo la superficie del océano de conocimiento que se mueve, se crea y se transforma en este lugar. Sería como definir el sonido de un violín explicando que se produce al rasgar con un arco hecho con crines de caballo cuatro cuerdas de metal montadas sobre una estructura de madera. Nos perderíamos la variedad de tonos que es capaz de alcanzar, los recuerdos que puede evocar o los sentimientos que despierta en quien escucha su sonido. Siguiendo el símil, El Arca de Babel sería una sinfonía tocada por decenas de violines.

Según Irene Fernández, cofundadora de El Arca, esta “surgió por la necesidad social” creada a partir de la crisis económica. Según sus palabras, “todo el mundo estaba triste, cabizbajo, desanimado”. Sin embargo, a ellos los movió un sentimiento de superación, de motivación, y ganas de salir adelante. Se dieron cuenta de que muchos profesionales de muy diversos ámbitos habían perdido sus empleos, pero no su talento ni su empuje ni su creatividad. “En ese momento nos unimos cuatro personas interesadas en hacer cosas... y se dio la magia”, explica con modestia Víctor Hernández, cofundador de El Arca de Babel. Y empezaron a darle forma a su idea: crear un espacio en el que esos profesionales y sus muy diferentes conocimientos y vocaciones se unieran.

“Invertimos porque creímos que este espacio era necesario”, afirma Irene. “La familia nos decía ¿Qué hacen, invertir los ahorros en algo que no va a dar dinero? En vez de hacer algo para ganar dinero... No habían entendido nada. Nosotros siempre contestábamos lo mismo: hay que arriesgar y posicionarse. Estábamos seguros de que podría funcionar. Y luego está el factor suerte. Gracias a lo que sea, la suerte estaba de nuestro lado”, dice con entusiasmo.

Variedad de conocimientos y entusiasmo, receta del éxito

Eran, y son, cuatro profesionales. Cada uno de ellos venía de un ámbito muy diferente al resto y representaba ramas tan diversas como la educativa, la empresarial y la profesional. “Detrás de El Arca hay cuatro personas con la cabeza muy bien amueblada, cada una ha controlado un ámbito, y ese ha sido el éxito. El que El Arca flotara ha sido también por la constancia de llevar a cabo las ideas. Si creíamos que algo era bueno, con todo el tesón lo sacábamos adelante”, argumenta Irene. “No nos conocíamos mucho”, confiesa Víctor, “pero eso ayudó a que cada uno aportara una experiencia y una red de contactos diferente a la de los demás”.

“Teníamos la visión conjunta de que aglutinando diversidad en un mismo lugar tienes una riqueza tremenda y es la mejor manera de conseguir esa energía colaborativa que ahora es tan preciada y está tan de moda”, explica Víctor. Según él, la única manera de lograr esa colaboración entre talentos era “generando espacios donde la gente se conociera y entrara en confianza”, algo así como favorecer “que la red se conozca a sí misma”. Esta idea, simple para algunos, locura para otros, fue la chispa que dio vida al Arca. “Fue una ocurrencia que se hizo realidad”, dice Víctor con orgullo. 

 El Arca: un crisol de talento

Encontrar el lugar idóneo para que se produjera esa ansiada colaboración era primordial. “Se dieron las condiciones para encontrar este sitio”, dice Víctor refiriéndose al local de más de 400 metros cuadrados que es la sede de El Arca y el crisol donde desde hace dos años se gestan todo tipo de proyectos sociales, educativos, artísticos y profesionales. Tras una campaña de crowfunding y un acuerdo muy ventajoso con el propietario del local, “que fue el primero que creyó en esta idea”, el Arca abrió al fin sus puertas. “Al principio fue muy duro”, explica Irene. “Son muchos metros cuadrados y era un lugar totalmente diáfano”, agrega. Sin embargo, poco a poco se fue dando forma al concepto de Arca de Babel. En la actualidad hay cinco salas de usos múltiples y zonas abiertas que pueden transformarse según las necesidades de quien las alquile. La idea es que cualquiera pueda hacer uso de los espacios para poner en marcha un proyecto, dar una clase, un taller, un curso, una charla o una conferencia, pasar consulta, reunirse, ensayar, exponer, presentar, trabajar o cualquier otra actividad que pueda acogerse entre las paredes del local. Pero esto es muy similar a lo que se hace en un coworking, palabra que denomina cualquier espacio habilitado para que más de un profesional desarrolle su actividad en él después de haberlo alquilado, ya sea arrendando solo un puesto en una mesa, toda la mesa o bien una habitación o sala entera.

Mucho más que un coworkingcoworking

“Nunca concebimos el Arca como un simple coworking”, asegura Irene. Y de hecho, no lo es, aunque tiene una zona para este fin que esperan poder ampliar hacia el local contiguo en los próximos meses. “Este es un lugar donde ocurren cosas”, matiza Víctor. “Nosotros siempre decimos que las cosas no las hace el Arca, sino que se hacen en el Arca. No organizamos nosotros lo que sucede, sino que dejamos que la gente organice lo que quiera”. Según explica Víctor, aquí “ponemos a gente en contacto con otros que pueden ayudarles en sus proyectos”. Y esa es la gran diferencia con un coworking: la cantidad de profesionales que coincide en el espacio del Arca forma una red de talento de la que surgen numerosas colaboraciones e ideas novedosas. El valor añadido es, según Víctor, “la potencialidad de desarrollo de proyectos más allá de una sola persona o un grupo para que sean proyectos más potentes. Muchos requieren de múltiples disciplinas, pero es difícil generar ambientes en el cual confluyan”. “Hay pocos sitios en Santa Cruz que estén trabajando con coworking y que además motiven al trabajador”, añade Irene. “Para nosotros fue primordial que hubiese interdisciplinas para desarrollar proyectos y experiencias únicas que facilitaran esas innovaciones y esos proyectos de los más talentosos de la Isla. Y esa mezcla se propicia en este espacio, pero luego se llevan fuera. Muchos proyectos surgen aquí y luego se desarrollan fuera”, apunta.

La fórmula, sencilla en apariencia, requiere de la creación de un ambiente que invite a la creatividad, al esfuerzo y, sobre todo, al encuentro. El Arca es una coctelera llena de ingredientes: solo hay que agitarla un poco para dar con una idea nueva y suculenta. De aquí han surgido proyectos como Madre Tierra (un fin de semana intensivo sobre ecología y agricultura donde se promocionaron productos canarios), Robótica para niños (impartida por Sergio Barroso) o la web laarveja.org (una iniciativa para crear una base de datos de agricultores y lugares en los que pueden encontrarse productos ecológicos). “Ahora se está gestando el Fashion Revolution, que es un conjunto de artesanos, diseñadores de moda, que necesita un lugar donde reunirse. Están a caballo entre Las Palmas y Tenerife y aquí están encontrando diferentes especialistas”, apunta Irene. “El TedxCanarias también se gestó aquí”, añade Víctor, “porque la licenciataria es socia nuestra”.

Se han proyectado películas y cortometrajes, y presentado numerosos libros (el más reciente, Emprendedoras, de Juan Ramón Gómez). “Han venido otros amigos cineastas que se han asociado, y uno de ellos motivó a los socios a producir una película protagonizada por dos actores extranjeros [The Extraordinary Tale, de J.F. Ortuño y L. Alvea]. Para poder salir al exterior necesitaban más dinero y lo encontraron en El Arca. Y así pudieron ir a Los Ángeles. Luego la estrenaron aquí con nosotros. Eso propició que hubiera un círculo de cineastas vinculados al Arca de Babel. Ahora uno de nuestros socios va a proyectar un corto suyo y habrá otro más adelante que lo hará con una mesa redonda posterior”, explica con entusiasmo Irene. “Empezó siendo un lugar útil de bajo coste y ha desembocado en la producción de proyectos que ahora son pequeñas marcas bajo el amparo del Arca. Está empezando a ser un referente. Nos llaman desde otras islas para ver si se pueden asociar con nosotros. El Arca es la esencia de la gente, no el local, si es más bonito o menos, es el ambiente, cómo se anima, cómo se propicia la colaboración”, dice Irene con una enorme sonrisa.

Para ella, una de las mayores ventajas de acudir al Arca es que si te tomas un descanso en la actividad a la que hayas ido, “puedes cruzar la puerta y unirte a una clase de baile, darte un masaje tailandés o tomarte un café, porque vamos a abrir una cafetería”, comenta. “Hay muy buen ambiente que además se contagia. De hecho, para fomentarlo hemos creado un evento llamado Babel Camp. Lo hacemos cada 6 meses y puede ir cualquiera. Es un fin de semana lleno de actividades donde los socios pueden dar a conocer lo que hacen aquí ofreciendo su actividad y quien quiera venga luego a visitarlos en el Arca. Se crea un ambiente estupendo en el que hay de todo: yoga, teatro, chi kung, deportes, talleres...”.  Víctor añade: “Es una ocasión para que la gente se conozca y se refuerce la red”.

Piensa globalmente, actúa localmente

Para darse a conocer, sobre todo entre los vecinos del barrio Duggi, donde se encuentra la sede, se han hecho ya varias jornadas de puertas abiertas. “Nuestro hándicap al principio era que la gente que menos venía era la del barrio. Venían de fuera e incluso de otras islas, incluso internacional, pero la gente del barrio no. Así que tuvimos que atraer a los vecinos”, explica Víctor. La idea originaria había tomado como modelo “diverso, grande, potente y con gran presencia” la experiencia estadounidense del Geekdom, que “es como un club de frikis en el cual conviven distintas disciplinas relacionadas con las tecnologías y, sobre todo, un tema que nos atraía mucho: distintas generaciones. Allí hay más de 1.000 personas trabajando. Es un edificio entero”, comenta Víctor. A partir de ese referente, “fuimos desarrollando una idea más local y hemos metido mucho esfuerzo en desarrollar proyectos en el barrio.  Ahora ya vamos navegando”, confirma satisfecho.

“Intentamos dar un poco de movimiento social y cultural al barrio con conciertos, proyecciones de cine, eventos como presentaciones de libros, exposiciones, meriendas culturales... Ideas hay muchísimas y salen de los propios socios. Son ellos quienes se organizan y las sacan adelante”, afirma Irene. “Ya no nos dicen deberían hacer esto, sino deberíamos hacer esto. Al principio cuesta porque creen que eres tú el que tiene que organizarlos, pero cuando cogen confianza se lanzan y lo hacen por sí mismos. El liderazgo ahora es siempre compartido”, explica Víctor.

El babel, la moneda de la que todos hablan

Uno de los aspectos de El Arca de Babel que más ha llamado la atención de los medios de comunicación es su moneda colaborativa, el babel. Víctor explica una vez más en qué consiste: “La hemos puesto en circulación para pagar alquiler de salas, acciones y cuotas de socio. Emitimos una cierta cantidad de babeles y el beneficio está en que si compras 50 euros en babeles, te daremos 55 monedas. Pero no solo eso. Las personas que trabajan aquí ofrecen sus actividades total o parcialmente en babeles y eso interesa a quienes tengan la moneda, que son quienes ya han cobrado sus actividades en babeles. Así, si tienes esta moneda en el bolsillo, también la inviertes aquí. Hay otros profesionales que también los aceptan en sus negocios porque son socios, como abogados, asesorías, hasta una pizzería. Si aceptan parte del pago en babeles es un dinero que volverá al Arca”. Es, según explica Víctor, “un pago en diferido”, porque “te vendo primero el servicio y después te lo doy. Tú pagas por adelantado un tiempo invertido aquí, ya decidirás más tarde qué actividad será o si será un alquiler de una sala o un kilo de fruta en los comercios del barrio. ¿Y por qué les interesa a ellos cobrar en babeles? Porque mucha gente que no es del barrio viene al Arca y, si tienen babeles, los invertirán o bien aquí o bien donde sean aceptados, es decir, en los comercios cercanos. Es una manera de ganar nuevos clientes”, señala.

Se trata, por tanto, de hacer a los usuarios del Arca partícipes de los comercios del barrio Duggi y viceversa. Y añade: “Lo importante si emites moneda es que haya recursos de respaldo para sostener ese dinero. Es muy importante saber que tienes los suficientes para mantener el valor de lo que está en circulación. Hay total transparencia fiscal. Nuestro compromiso es aceptar el 100% de los pagos en babeles”. La iniciativa, de momento, ha sido muy bien acogida: en solo dos meses ya hay 15 comercios participando.

 Y cuando acabe la crisis, ¿qué?

El Arca de Babel nació, en palabras de Irene, al calor de la necesidad social surgida por la crisis económica. Este espacio, opina Víctor, “no habría tenido sentido hace 8 años, en un entorno sin crisis. El contexto era el propicio para que se generara porque había y hay mucha gente intentado buscarse la vida. Hemos ido experimentando y descubriendo un sistema que nos permite organizarnos y hacer cosas”, dice.

Pero surge la pregunta: si las cosas volvieran a ser como antes, ¿tendría sentido el Arca? Víctor responde con determinación: “No creo que las cosas vuelvan a ser como antes. Lo que creo es que ahora mismo se están construyendo nuevas maneras organizativas que han llegado para quedarse, todo lo que tiene que ver con la economía colaborativa, no solo espacios como este, sino también redes de comercio local, monedas complementarias, otras maneras de hacer urbanismo, educación, etc. Todo eso ha llegado para quedarse, no hay vuelta atrás, son nuevos modos de organización que son necesarios. El mundo ya cambió y cambiaron los esquemas”, sentencia. Irene añade con cautela: “No sé si el Arca se mantendrá, pero sí sé que ella sola ha ido, con el empuje de todos nosotros, transformándose según la necesidad. Las expectativas nunca fueron estas. Veo que el Arca va creciendo y se va desarrollando, pero por el propio empuje de los socios. Hay profesores, directores de casting, bailarines, etc. y el espacio se nos va quedando pequeño. Si con el tiempo se reduce, pues no pasaría nada”, afirma con una sonrisa y con la tranquilidad de quien no debe nada a nadie. Esa es una de las características del Arca que ha garantizado su éxito. “No dependemos de los bancos”, dice Víctor. “De locos sería pedir dinero a un banco porque nunca sabemos lo que va a pasar. Somos libres y vivimos al día”, añade. Según su experiencia, “cuando uno tiene una idea lo ve claro, está enamorado de su proyecto, pero eso no significa que sea bueno, que vaya a funcionar. Es una travesía en el desierto y nunca sabes si va a funcionar. Si empiezas a pedir créditos...”, y enfatiza negando con la cabeza. Irene añade: “Lo bueno es que hasta ahora nos autogestionamos porque la base económica son las cuotas anuales que pagan los socios, los alquileres de las salas y gente que colabora para el mantenimiento del espacio. Como es autogestión, autoconsumo y autotodo, hemos podido funcionar. Hay empresas que empiezan por el continente para poner todo muy bonito, pero les falla el contenido. No pueden rodar. Nosotros lo hicimos al revés”, puntualiza.

Sin cargas económicas, El Arca de Babel navega con libertad dando cobijo a todo tipo de profesiones, actividades, conocimientos, talentos... a todo tipo de personas, y fomentando el encuentro, la unión, la colaboración entre todas ellas, agitando la creatividad y dando a luz ideas aún más brillantes y geniales. Desde hace más de dos años hay un oasis de motivación, entusiasmo, optimismo y cooperación en el barrio santacrucero de Duggi, unos sentimientos que se extienden poco a poco al resto de la ciudad. “¡Para que ya nadie diga que Santa Cruz está muerto!”, ríe Irene. A todos allí, en el Arca de Babel, les mueve lo mismo: “Esperanza, ver que sí se puede. Colaborando entre todos se pueden conseguir muchas cosas. No podemos esperar que todo nos venga dado de fuera”, concluye con pasión. Con la felicidad que da ver tus ilusiones cumplidas, Víctor añade con una sonrisa: “Yo soñaba hace unos años con que me gustaría ser rico para poder tener un espacio donde la gente pudiera desarrollar sus proyectos. Pues la sorpresa es que para conseguirlo no hacía falta ser rico”.

Dos años y medio después de hacerse realidad, el sueño colectivo de Víctor, Irene, Yael y Antonio avanza con paso firme hacia el futuro y ya nadie piensa que fuera una mala idea, sino más bien cómo puede unirse a ella y hacerla crecer por otras islas e incluso más allá de Canarias.

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